Estos cinco diseñadores gráficos, docentes y recibidos en la FADU, tenían muchas ganas de hacer algo juntos. Y allá por 2007, entre charla y charla, después de las clases, se decidieron a concretar el deseo y surgió Onaire como colectivo gráfico.
El nombre que eligieron, se dan cuenta ahora, les fue quedando bien: es "como estar en el aire; activos, haciendo, volando"
Mariana Campo Lagorio, Gabriel M. Lopatín, Gabriel Mahia, Sebastián Puy y Natalia Volpe se sumaron a la convocatoria del Centro Cultural Recoleta que derivó en un gran mural feminista y una muestra, "Amar, Luchar, Vivir" que recorre los pasillos de la planta alta y baja del espacio.
"Al principio comenzamos haciendo una especie taller de experimentación visual. No teníamos temas y armábamos cadáveres exquisitos para empezar a juntar temas e imágenes. El diseñador necesita tener un tema para trabajar", recuerda Gabriel Mahia.
Buscaban imágenes que les llamaban la atención, las recortaban y las unían. Y les gustó lo que surgía de esa forma de trabajo que tenía un gran potencial: el de reunir las voces, yendo desde lo individual hacia lo colectivo. Esos primeras experimentaciones dieron lugar a un método propio: el guiso gráfico.
"Cada cual trae lo que quiere y se cocina en una olla como para que salga algo. Después lo editamos en una gran pieza de comunicación gráfica", apunta Mahia.
En sus obras, a veces, intervienen más de 100 personas. Como en el mural "Amar, Luchar, Vivir", que surgió de un taller promovido por el centro cultural porteño.
Las violencias contra las mujeres los moviliza tanto como cualquier problemática acuciante. Actualmente están trabajando en un cartel sobre la trata de personas, apuntando a la educación de niñas.
"Hoy la violencia y los femicidios nos interpelan. No podemos ser indiferentes. Desde nuestro lugar respondemos a cualquier problemática que nos toca de cerca", analiza Natalia Volpe.
Una vez definido el tema, se informan, investigan; reúnen datos concretos que permiten comunicar la problemática. Después, intercambian opiniones. Pero la verdadera fuerza expresiva está en los dibujos a mano de los y las participantes, dicen.
En general, en los talleres, reparten hojas blancas (de 50 x 70 o 70 x 1 metro), pinceles y todos dibujan.
La tinta china negra les permite unificar las imágenes. Después los digitalizan para trabajar en la construcción de la pieza. A veces terminan quedando piezas gráficos de dimensiones muy grandes.
Mahia: nos interesa crear preguntas: más inquietudes que respuestas. Y cuestionar las problemáticas de la sociedad. Las piezas de Onaire por su complejidad y por el lenguaje, toman muchas voces, no son unidireccionales. Aparecen muchos diálogos.
Mariana Campo Lagorio: con las imágenes nos replanteamos la manera de habitar el mundo: cómo vivimos, qué hacemos, cómo lo hacen otros. Tratamos, aunque pueda sonar demasiado utópico, de colaborar en la construcción de un mundo mejor.
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